domingo, 12 de diciembre de 2010

EL BAILE DEL SOLDADITO DE PLOMO

Cerca a Metro de Las Torres de Limatambo, entre las avenidas Aviación y Angamos marcha ágilmente un personaje de plomo. No se caracterizara por ser tan fuerte como el material que todos asumen está hecho, pero vaya que ha resistido al embate de las tropas municipales que lo han corrido en más de una esquina. Victorioso, hoy recorre las calles de Lima con un gesto despreocupado, sin prisas, con una sonrisa lista para el batallón de niños que se sienten parte de su tropa.

Por: Arturo Del Carpio



En el paradero un cobrador lo detiene antes de subir, advierte que sus pasajeros quieren viajar tranquilos, que si comienza a molestarlos lo bajara por hacerse el gracioso. “La calle es dura para quienes queremos trabajar, eso desanima a muchos y peor si nos averguenzan de esa forma, si fuese un ratero o un pandillero te aseguro que no me decía nada”, refiere. Sólo le queda subir y masticar el momento, ceder su asiento unas cuadras arriba a una señora embarazada y pensar.

A sus 27 años, Miguel nunca la tuvo más clara, quiere ganarse la vida haciendo sonreír a cuanto niño se le cruce en el camino. Delgado, de mediana estatura, con un casco de obrero y todo de plomo, sale al frente contra cobradores, serenazgos,  agentes de seguridad hasta pirañas. El más duro contra los más duros de Lima.


Durante el camino, Miguel saca un espejito y se observa tímidamente, se retoca el maquillaje, sonríe a cada niño dentro del bus por más que la suerte es adversa. Estamos por la avenida Arequipa y una señora se acerca cortésmente y le pide su tarjeta o algún número para un show infantil. “A mi nieto le gustan los robots, así que serias el regalo perfecto para sus dos añitos”. El día parece cambiar.

HECHO DE PLOMO, PERO CON CORAZON HUMANO
Todos los días la misma rutina. Miguel despierta temprano para alistar a sus niños al colegio, prepara el desayuno mientras que su madre le tiene listo el uniforme de trabajo, el frágil pantalón plateado, descuelga del ropero la casaca plastificada, plancha el polo de plomo y le pasa un trapito a las zapatillas desgastadas y al casco del soldado. Así es como trascurre la primera hora de Miguel, entre apuros y bromas, con las loncheras en mano, con el beso en la mejilla y la promesa incumplida de siempre ir a recogerlos.

Cuando comenzó hace un par de años, Miguel pasó por situaciones difíciles, tenía 20 años y Gabriel venía cada día más rápido. Su familia lo dejó de lado y tuvo que irse a vivir a la casa de sus suegros. Buscaba trabajo y no conseguía nada. La impaciencia lo agobiaba y el amor de un día se diluyó. Obtuvo un trabajo como vendedor en un supermercado pero al poco tiempo su destino giró.

La primera vez de Miguel frente al público se dio en un hospital para niños con discapacidad, su enamorada de aquel entonces lo convenció en acompañarlos y a falta del personaje de Pokemon no le quedo otra que vestirse de Pikachu. Toda una experiencia que le dejó como saldo más de un golpe, debido a que un grupo de pilluelos lo agarró como piñata y él sin forma de protegerse ya que lo hacían a sus espaldas cada que volteaba, más de una caída le costó para la algarabía de los asistentes que creían era parte del show. Hasta él se burla de si mismo de sólo recordarlo.

DE PLAZA EN PLAZA
En el trayecto rumbo a Megaplaza, Miguel decidió bajar en el recién inaugurado Real Plaza, quería tantear como era el publico en este nuevo centro comercial. Había pasado varias veces pero como en otras ocasiones, se dejó llevar imprevistamente por el destino luego de un mal comienzo por Metro. Se detuvo frente a la entrada de Oeschle y casi de inmediato unos cuantos niños se fueron acercando.

Pasaron unos minutos y muy cerca de ahí anunciaron que se presentaría un grupo de breakdance. Vaya suerte. Ante la partida de los niños a Miguel no se le ocurrió mejor idea que ponerse a bailar al ritmo del show aledaño. Hasta improviso el famoso paso del hombre de la luna. Los niños querían verlo pero al poco rato llegó la seguridad del centro comercial y sus padres se los llevaron. “Yo comencé con mi personaje justo en este cruce y al igual que antes también me botan”, señala, empuñando rabia.

Fueron seis horas bien trabajadas y nuestro soldado de plomo toma un respiro, cuenta las monedas y se persigna con un beso al final en la foto de sus niños. Cincuenta y dos soles con ochenta céntimos, y un show infantil incluido, fue un día promedio, no tan malo. Se dirige a una botica cercana y carga con los medicamentos en su mochila sin plomo. Miguel compra un emoliente para el frío, sabe que no puede resfriarse. Tiene que hacer sonreír.

Dentro de su disfraz de dureza, de esa epidermis de acero frágil, de su armadura de caballero de las sonrisas, Miguel siente y vive por las caritas de sus dos niños. Sube al bus e ignora lo que le dice el cobrador. El sólo quiere llegar a casa. Han pasado varias horas y Miguel por fin sonríe, es más humano que nunca.

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